Huir de la ciudad


Huir de la ciudad para tomar aliento, para retomar la vida, porque las ciudades, sobre todo esa Monterrey no parece más que un culto enfermizo a la muerte o más bien, a la tragedia. 

Huir de la ciudad porque transformarla parece imposible; porque transitarla obliga a participar de su morbilidad, de sus intrincadísimas relaciones de poder y abuso. Huir de ella porque hacen falta perspectivas, porque agota la paciencia, la esperanza y el ánimo por vivirla.

Huir de la ciudad para ejercer ciudadanía, porque las ciudades cada vez son más para consumidores que para ciudadanas.

Huir de la ciudad hasta parece moda... ya semos muchos, cada vez más con esta pandemia, que nos animamos a buscar algún ecosistema medianamente saludable. Cuidado con que nos llevemos las visiones y los vicios de la ciudad al campo o la pequeña urbe, viviendo como cuando andábanos malviviendo por allá. Habremos de tener disposición a escuchar, a ver, a sentir, para encontrar lo que se busca. Atentas debemos estar a desaprender todo aquello con lo que hacemos ciudad, si esa ciudad se jacta de estar aparte de la naturaleza. 

Huir de la ciudad